Lo que voy a contar es una mezcla que comentarios, rumores, referencias y entrevistas que me tocó recopilar y hacer, todo con un adicional de mis propios pensamientos sobre los implicados. En el gremio de los vendedores de servicios de fumigación nos conocemos, el nombre de Marlon Vera decía mucho; oficialmente era uno de los tantos egresados de la escuela de negocios que tocó puertas por empleo y se sentó en las sillas de muchos cargos menores.
Hasta aquel fatídico lunes, cuando trabajaba para la fumigadora del matrimonio Ibarra, que le tocó aprender las dotes de supervisor y vendedor al mismo tiempo y según me contó una de las ex vendedoras de esa empresa, el dueño de la misma se hizo de una fama por dos razones. Su pedantería y rodearse de personal femenino, aunque para ella no hubo un mejor supervisor para ella en aquellos días.
No me quedó muy claro todo el asunto de su salida de esa empresa, se decía que le propinó una paliza al dueño cuando le rebajó el sueldo y pretendió devolverle al cargo con el que entró allí. Honestamente, Ibarra también tiene mala fama (aún al sol de hoy) de ser mal empleador, así como el porcentaje de comisiones que le da a los vendedores es bastante bajo, incluso al momento en que escribo esto.
El muchacho era temperamental y considero que demasiado honesto para ser vendedor, quizás por eso su auto era un Toyota de color misterioso y le parecía mejor trabajar en las cuatro paredes de una oficina, que se le daba bien según me contó otro ex compañero suyo (otro empleado descontento en la nómina de Ibarra, una lista siempre creciente); no era el mejor vendedor, pero en dos ocasiones se acercaron a un buen número de ventas semanales.
Para terminar de hacer el perfil de Marlon, debo agregar lo que me contó una amiga que trató con él ya que era la corredora de seguros de los Ibarra y su empresa. Era el tipo de persona que le gustaba llegar temprano a las reuniones, lo mismo aplicaba al momento de hacer llamadas y quizás por eso termino (por unos días) en la recién formada fumigadora de un tal Garret Sinclair, una que le estaba comiendo el mercado regional a las establecidas, así como no le daba asco meterse con cierta clientela como panaderías, restaurantes y oficinas gubernamentales.
En lo personal, creo que es en este punto donde todo comenzó, el tal Garret estando confiado en lo que estaba haciendo, a pesar del hecho que carecía de buenas cifras en las redes sociales y con un fichaje particular en su naciente departamento de ventas, ni más ni menos que Marlon. La misión parecía sencilla en un comienzo, visitar un prometedor cliente, parecía que todo iba a ser algo rutinario y sencillo; es decir, una rutinaria inspección en un edificio y dejar la propuesta comercial ¿Qué podía salir mal?
Y prefiero salir de esta parte ahora, ya verán como las cosas se relacionan, al sur del estado y en esa parte donde la mencionada se mezcla con el norte del vecino estado, dedicado plenamente al mundo agroindustrial, las diferencias no son tan marcadas; no se sabe a ciencia cierta donde comienza uno y termina el otro. Todo eso es un marco referencial e histórico de una buena cantidad de relatos.
No es precisamente una zona densamente habitada, es más fácil toparse con las camadas de ratas (estas siendo muy diferentes a sus primas citadinas) que encontrar un granjero interesado en el manejo integrado de plagas. Era un punto geográfico de transito obligatorio si el vendedor quería llegar al enclave más cercano, ni más ni menos que la capital del vecino estado; ni los vendedores de tractores se detienen por ahí, prefieren pasar de largo.
De todos los relatos relacionados con esa zona, hay uno que con el mero hecho de recordarlo me pone nervioso y no es para menos. A quien le preguntes, te dará una locación geográfica con ligeros cambios, pero mis colegas vendedores e incluso otros amigos concluyen contundentemente con un relato; en una parcela se levantaba una casa cuyos habitantes trataron de mantener ese estatus de ser, ni más ni menos, descendientes de uno de los tantos alzados durante la guerra civil.
Pero a los vecinos nunca les gustó mucho el asunto, se hablaba de un comportamiento alejado no solo de los valores cristianos, hasta de la noción de ser civilizados; cualquier desgraciado que tuviera la mala suerte de caer en sus manos lo mejor que podía hacer era correr y olvidarse de todo. Incluyendo el auto.
Aquella parcela se hizo famosa por tener una especie de colección de autos y no precisamente comprados la mayoría, así como el hecho que la familia no querían cambiar mucho el asunto de su reputación. Si querías un lugar donde detenerte y beber algo, tristemente te tocaba recorrer unos kilómetros muy cerca de esa gente, así como de asegurarte que tu auto no presente ningún infortunado desperfecto y el mejor de todos los consejos, no ir por esos rumbos; incluso cuando el sol estaba por todo lo alto, daba bastante grima pasar por esos lares.
Lo cierto del asunto fue que tuve una entrevista con unas de las últimas personas que habló con Marlon, el ex supervisor del departamento de ventas de la empresa de Ibarra y retomaba esas funciones en otro lado, quien estaba devastado y bastante mal. Creo que al mismo nivel de los padres del muchacho o de muchos de sus amigos cercanos que tuvieron que escuchar la terrible noticia, una que sacudió al gremio (aunque no existiese la verdad sea dicha), la verdad sea dicha.
Me pareció prudente entrevistarme con Leo, otro ex empleado de Ibarra, la última persona que vio vivo a Marlon. El antiguo supervisor de ventas de Ibarra estaba tan agitado por la noticia como los propios familiares del vendedor desaparecido; yo tenía cierta confianza con él y eso me sirvió de ayuda para mi investigación.
—Más o menos alrededor de abril me reuní con Marlon, después de todo el asunto con el que era nuestro jefe. Yo retomé mis funciones como supervisor de un departamento de ventas, pero en una empresa del ramo automotriz; yo sabía que él podía ayudarme con un problema que estaba teniendo con el programa Excel. —así, con esas palabras comenzó nuestra entrevista. Trataba de mantenerse orgulloso, pero su lenguaje corporal decía otra cosa.
—¿Notaste algún cambio en esa oportunidad y de que hablaron en ese momento?
—Lo noté más delgado, pero seguía siendo el mismo. Hablamos un rato de aquella mal llamada empresa y todo el asunto que lo llevó a estar desempleado; le hice saber que todo pasa por una razón, se notaba que se tomó el asunto un tanto… ¿Como decirlo de forma elegante? Bastante mal, según sus propias palabras.
Leo hizo una pausa para beber un poco de cerveza, su novia me comentó que estaba bebiendo un poco más seguido en comparación a días previos, luego de eso retomamos la conversación.
—Y luego de esa conversación o clase ¿Mantuvieron el contacto? —mi interlocutor se quedó callado unos segundos, bajó la mirada para luego buscar los ojos de su novia. Le había tocado una tecla y comprendí que había llegado a una parte del tema delicada, segundos después la respuesta llegó.
—Por mucho tiempo. Las clases de Excel me ayudaron bastante con el problema que estaba afrontando, ya que las ventas estaban subiendo gracias a todo el asunto de la recuperación económica nacional. Y siempre me escribía para saber cómo estaba yendo con ese tema, cuando me contó que había conseguido empleo, me alegré por él y bastante. Me sorprendió el hecho que estaba en la fumigadora de un tal Garret y más como vendedor; me había comentado algo al respecto, pero no le presté mucha atención.
La novia de Leo me miró y me pidió una intervención en el asunto, mientras que su pareja iba a pedir algo para comer; pero la realidad era otra, estaba buscando una excusa para ir al baño y calmarse. Lo delató el pañuelo que trató de guardar en el bolsillo de su camisa, generalmente no era así de torpe Leo, mucho menos cuando estaba en público y con su novia. Era en exceso rígido con el tema de la indumentaria, a pesar de maldecir como un marinero, haciendo un contraste con otros aspectos de su personalidad, algo que nunca entendí plenamente.